La vida rural no es una vida fácil, ya que es bien conocido que todos los días se trabaja, los días libres son difíciles de conseguir, y con el paso del tiempo notas como el cuerpo se va deteriorando debido al esfuerzo físico que se realiza. Pero no quiero que haya lugar a malinterpretaciones, la vida del campo es hoy en día una vida muy digna y que genera muchas satisfacciones.
Además de estar en contacto con la naturaleza te permite liberarte del estrés de las ciudades. Para aquellas personas que estar sentado todo el día es algo así como estar sufriendo una tortura coreana, que es como la china pero sin cosquillas y con palos, el campo es una opción muy recomendable.
La vida en la naturaleza te da lecciones de vida que nada tienen que envidiar a las del Dalai Lama. Existe un sector de la población, cada vez más grande, que decide mudarse de las ciudades a los pueblos con el fin de conseguir tranquilidad. De hecho es normal hoy en día que algunos ayuntamientos de ayudas para la compra de la casa en los pueblos, además de dar trabajo, ya que así se consigue repoblar los pueblos con pocos habitantes.
Pero una de las cosas que peor se lleva es tener que dejar a los padres en una residencia cuándo no se pueden valer por si mismos, y cuando no tienes tiempo para darles los cuidado que necesitan. Muchas historias se han escuchado sobre las residencias de ancianos que dejan olvidados a las personas mayores. Pero la realidad es que no se puede juzgar a todas las clínicas por igual, ya que existen algunas que ponen el foco de atención en el cuidado, la atención y el respeto.
Un ejemplo es la Residencia SanVital, una residencia de ancianos en Madrid totalmente adaptada para atender a personas válidas y dependientes, con distintos niveles de asistencia personalizada en función de las necesidades de atención y los perfiles de los usuarios para facilitar un nivel de vida digno.
Dejar ir la culpabilidad
Para muchas personas meter a los padres en este tipo de clínicas puede generarles mucha culpabilidad. Pero no hay que olvidar que el ingreso no significa abandono, ya que no tiene porque implicar desatención ni olvido. No hay que olvidar que llevar a una persona mayor a una residencia debe de hacerse cuando no es posible cuidarla en casa.
El principal objetivo de las residencias es acompañar al familiar en las fases de preingreso, ingreso y adaptación a la residencia sin notar un gran cambio. La familia tiene que explicar de una manera sincera la situación por la cuál toman la decisión, y en todo momento la persona mayor tiene que estar de acuerdo de la decisión, ya que en caso contrario se producen situaciones muy duras al tener que forzar el ingreso. Un padre o una madre no se merece ser obligado a toma una decisión que puede ser dura para algunos.
Para sentirnos menos consternados por la decisión, se recomienda elegir residencias que potencien las actividades entre los residentes, y estimulen a las personas mayores. De esta manera, la socialización con otras personas mayores, los ejercicios estimulantes y los servicios complementarios favorecerán a que la persona mayor se sienta cómoda.
En conclusión, dejar a una persona mayor en una residencia no tiene que ser un trauma, siempre que sea consensuado y se busque el bienestar de la persona mayor en todo momento.