La agricultura ecológica comenzó a partir de la reforma agraria alemana de finales del siglo XIX y como consecuencia de la Revolución Industrial. Estos movimientos cobraron mayor fuerza a mediados del siglo XX, uniéndose también a este sistema de producción otros países europeos como Francia e Italia y Estados Unidos.
La agricultura biodinámica (aquella que aprovecha la regeneración de los cultivos observada en la naturaleza) surge a principios del siglo XX como una vertiente de la Antroposofía (Steiner), a manera de una homeopatía agrícola, basándose en las fuerzas energéticas de la naturaleza y de todos los seres vivos.
En la India, la agricultura orgánica se adopta hacia 1930, al no poder adoptar los sistemas de cultivo occidentales, sosteniendo que la salud del suelo y la del ser humano son inseparables.
En Japón, la filosofía budista, de la mano del monje zen Masanobu Fukuoka, incluyeron esta forma de cultivo en su “filosofía del no hacer”, que además de prescindir del uso de componentes no orgánicos en el cultivo, denostaban la ayuda de cualquier maquinaria.
También fueron los japoneses quienes empezaron a difundir el peligro de consumir alimentos contaminados mediante un movimiento que denominaron agricultura mesiánica, que alertaba sobre el exceso de producción que no podría ser consumida y las terribles consecuencias de la sobreexplotación de la tierra con el abuso de componentes químicos.
El nombre de agricultura biológica proviene de Francia y Portugal.
Certificación ecológica
La agricultura ecológica está regulada por el ámbito del Derecho desde 2009 – Reglamento (CE) 834/2007 del Consejo de 28 de junio de 2007- y su demanda aumenta cada año debido a la creciente preocupación entre la población acerca de la procedencia y calidad de su alimentación.
Controversia
Parece que los expertos no se ponen de acuerdo acerca de los beneficios reales de este tipo de alimentación entre los humanos. El estudio de las distintas publicaciones sumergen al lector interesado en una red de divulgaciones y respuestas que desmienten la fiabilidad de las anteriores.
Lo que sí es cierto indiscutiblemente son los beneficios a nivel medioambiental, lo que para muchos aún –realmente la mayor parte de la población- no son un argumento importante en para modificar su carrito de la compra.
No está de más tener precaución con la venta de productos con la etiqueta de “natural”, ya que ello no es siempre sinónimo de saludable. Pensemos, por ejemplo, en cualquier tipo de enfermedad que se contrae por medios naturales sin intervención del hombre; es natural, sí, pero dañina para nuestro organismo. Por este motivo, el artículo 4 del anterior citado Reglamento prohíbe el uso de esta etiqueta para productos vinculados con efectos terapéuticos.
Por último, cabe mencionar que desde algunos sectores se denuncia el calado que ha tenido entre la población el marketing del huerto ecológico, calificándola de postureo y moda adquirida a través de la manipulación de la información, defendiendo que el progreso de la humanidad no podrá avanzar sin los transgénicos.
Conclusiones
Llegados a este punto, abogar o no por una agricultura ecológica, equilibrada y sostenible, se convierte finalmente en una postura política, vinculada a otros movimientos como el veganismo. La alternativa de estas formas de vida es una realidad, pero es evidente que no concuerda con los intereses económicos, que son los imperantes en la mayor parte de las decisiones de influencia global.